Las temperaturas elevadas de la época estival pueden predisponer a las personas con factores de riesgo cardiovascular como hipertensión, diabetes, obesidad o tabaquismo a sufrir un accidente cerebrovascular (ACV). Esto podría deberse a que cuando hace calor, los vasos sanguíneos se dilatan para aumentar la pérdida de calor a través de la piel. Pero además del calor excesivo, el aumento de los ACV en el verano se relaciona con el estrés y la depresión que algunas personas experimentan durante los últimos y los primeros meses del año. Por eso, en esta época es fundamental estar atento a los signos de alarma para lograr una detección temprana que garantice un buen tratamiento y la mejor recuperación posible de los pacientes. Los especialistas recuerdan que hay dos clases de ACV: el isquémico (cuando se tapona una arteria pero no hay sangrado) y el hemorrágico, que consiste en la ruptura de una arteria o de un aneurisma. El calor favorece mayormente el ACV de tipo hemorrágico, un tipo de ictus (embolia) que se ve con frecuencia en personas jóvenes. El tratamiento dependerá del tipo de ACV y de cuán rápido se pueda atender al paciente. En el caso del ACV isquémico, existen procedimientos que permiten destaponar las arterias para conseguir que la sangre avance. En cuanto a los ACV hemorrágicos, algunas técnicas permiten sellar el aneurisma para detener el derrame. En ambos casos, es necesario tratar a los pacientes en un tiempo no mayor a 4 horas después de ocurrido el ACV.