El cerebro y el corazón mantienen una relación simbiótica, no podrían vivir uno sin el otro. El corazón traslada la sangre al cerebro para que éste pueda realizar sus tareas y, a su vez, el cerebro inerva al corazón mediante señales nerviosas que transmiten funciones (aumentar la frecuencia de los latidos, comunicar estados de ánimo). Por eso se dice que las emociones se generan en el cerebro pero las sufre el corazón.
Pero esta relación no termina allí, sino que además ambos órganos comparten los mismos factores de riesgo: tabaquismo, hipertensión, colesterol, obesidad, estrés y diabetes. En definitiva, lo que es beneficioso para la salud cardiovascular, también lo es para la salud cerebral.
Los ataques de ira o los picos de estrés provocados por situaciones extremas producen una sobrecarga de cortisol y adrenalina que impactan en el corazón y pueden generar el cierre abrupto de una arteria y causar un infarto. Por otro lado, existe el estrés crónico causado por situaciones de la vida cotidiana como la pérdida de seres queridos, las crisis socioeconómicas y hasta la pobreza, que también van deteriorando la salud.
Por su parte, la hipertensión, la glucemia y el colesterol elevados son los tres principales factores de riesgo para la aterosclerosis, el lento estrechamiento de las arterias causado por placa en las paredes arteriales que conducen al cerebro y el corazón. Este estrechamiento de las arterias es la explicación más probable de la relación entre la salud cardiovascular y la función cognitiva.
Por eso es tan importante controlar los factores de riesgo cardiovasculares entre la población joven para mitigar las chances de que padezcan enfermedades cognitivas como Alzhéimer y otras formas de demencia en el futuro.